Daniel en el foso de los leones
Dios no está desprevenido, ni lo que sucede es algo que se le ha ido de las manos. Forma parte, de una u otra manera, de su plan global que se manifestará en el día oportuno. A nosotros (sus hijos), nos corresponde tomar nota y no hacer nido en tantas circunstancias que tan tenazmente nos rodean.
No tenemos por que apegarnos a las cosas de tal manera, que nos untemos de la brea pegajosa que atrae con su brillo fatal. No es merecedor de reprensión, el amor a las dulces y bondadosas ordenanzas de Dios y su leal cumplimiento por amor a Él. ¿Por qué algunos de los que dicen ser de los cristianos la critican tanto?
Esto es claro y es defendido, con toda razón y legitimidad, por todos los grandes hombres de Dios. ¿Cómo, pues, hay tanta discrepancia de unas formas de teología con las otras que defienden el mismo principio? Y mientras, los paganos viven sin recibir la alternativa del evangelio puro. Es una terrible situación y responsabilidad.
Llegará la hora, conforme avance esta tendencia, en que se nos pueda decir como se le dijo al profeta: No tomarás para ti mujer, ni tendrás hijos ni hijas en este lugar (Jeremías 16:2) cuando la fatal hora de la destrucción llegó, a pesar de los requerimientos amorosos del Señor y sus terribles amenazas. Ni unos ni otras fueron nunca escuchados, y consecuentemente sobrevino la catástrofe de forma total e inevitable.
La calamidad se cierne sobre un mundo inestable en grado sumo y los hombres se entregan a las falacias del hedonismo, el egoísmo, con tan suaves palabras y conceptos, que les hacen aparecer (según sus falaces criterios) más buenos y solidarios que los mismos cristianos. Todo en ellos es apariencia de piedad, pero niegan la eficacia de ella. 2ª Timoteo:5).
El Señor reina y prosigue su obra; su extraña y maravillosa obra, y los suyos moramos tranquilos en el conocimiento de que está a nuestro lado en cualquier lugar, situación y momento. Dios reina y Cristo vive en nosotros por la fe: Yo soy; no temáis, dijo Jesús (Juan 6: 20) ¡Que se mueva el mar y la barca cuanto quieran! Nosotros estamos en seguridad, anclados en la Roca firme de Cristo. ¡Alabado sea por siempre!
EN SU TRONO.
En su trono sublime, Dios, me avala,
Y al olvido no da mi voz ansiosa.
Él la súplica mira lastimosa,
Y el gemido que un hijo suyo exhala.
Es la mano de Dios la que regala
Al que mira su luz maravillosa,
Que le brinda la paz en que Él reposa,
Y le limpia del cieno en que resbala.
En su trono está Dios que me ilumina,
Como antorcha que luce en la tiniebla,
Con palabra que enseña y que fascina.
Miraré hacia el Señor; la luz divina.
Clamaré sin cesar y entre mi niebla,
Mostraré la dolencia que me espina.
FIN DE ESTA PUBLICACIÓN
SEGUIRÁ UNA BIBLIOGRAFÍA DONDE PODRÁN ENCONTRAR REFERENCIAS Y MENTALIDADES DISTINTAS QUE CONFIRMAN AL EVANGELIO COMO EL CAMINO CORRECTO QUE AGRADA A DIOS